martes, 30 de noviembre de 2010

No me olvides, Capitulo I



Recordarte no resulta fácil,
olvidarte, no lo haré jamás.
Cuántas veces quiero imaginar
que tu aún estás…


Capitulo I


A intervalos intercambiaba miradas, desde el dibujo difuminado con su pulgar, y la tarde brumosa en el exterior por la ventana. Su hermana, Sophia, sostenía a Ethan con tanto amor que le era imposible bosquejarlo.

Suspiró con violencia sintiendo el nudo en su garganta quemándole y cortando através de su pecho, con tanto ímpetu como cuando tuvo que despedirse de ellos.

La precisión de su trazo flaqueó y el carboncillo creó un surco al lado de la tierna sonrisa de Ethan.

— ¡Demonios! —exclamó Edward, lanzando el carboncillo a un lado, exasperado. Éste, chocó contra la pared dejando una marca negra y cayó hecho pedazos al suelo.

Sintiéndose absolutamente desolado, dejó caer su cabeza hacia atrás, hasta golpeársela contra el muro de concreto y, así, se dejó estar hasta que la luz se fue y la noche se hizo presente.

Su cuerpo no percibía el frío de la habitación, más sus manos estaban casi tan gélidas como el concreto. Ambas temblaban sin control sobre sus rodillas, en donde se encontraban los restos del dibujo que minutos antes había hecho pedazos.

Se sentía tan abatido. Tan exageradamente solo.

En su memoria, sus últimos días se reproducían como una película antigua, dañada. Era lo único que le quedaba de ellos. De él mismo incluso… sus recuerdos.


“— ¡Ya tienes dieciocho años y tu trasero aún no se mueve para conseguir un empleo! —gritó, su adorable hermana Sophia, abriendo la puerta del cuarto de Edward con rapidez. Sus largos rizos cobrizos, se agitaban de un lado al otro, debido a la exaltación que sentía en aquel momento, mientras algunos mechones de su flequillo, se adherían a su frente sudorosa.

Lo último que quería en esos momentos, era discutir con Edward, pero ya estaba harta de aquel comportamiento irresponsable. Pasando a llevar a todos, y dejando pasar su vida, sin un propósito.

Sostenía por el cuello la cazadora de cuero negra, la misma que minutos antes el chico había dejado sobre el sillón de la sala, y se la lanzó con rabia sobre la cara, golpeando sobre su perfilada nariz con una de las mangas.

Edward sorprendido – aunque no tanto como era de esperar – y, con los reflejos mas lentos que un vaso relleno de ulpo*1, se irguió con torpeza dejando caer la chaqueta al piso. El mismo donde reposaban sus ropas mal olientes, calcetines sucios, y poleras sudadas.

— ¡Ni que fuera puta para menear el culo! —replicó en un balbuceo difícil de descifrar. Se acercó a ella y con un gesto de su mano le indicó que se alejara de la puerta. Luego que la chica retrocedió, cerró la puerta dando un sonoro y molesto portazo, cuyo estruendoso sonido, fue disminuido solo por los alegatos de Sophia desde el otro lado.

Volvió a lanzarse a la cama sin preocuparse de quitar las mantas y mucho menos de quitarse la ropa y cerró los ojos…”


— Los extraño tanto —murmuró a la nada, sintiendo el ardor pasearse con crueldad, desde su esófago, hasta depositarse en el centro de su garganta. Observó el exterior por la ventana, mientras las lágrimas que intentaba reprimir – inútilmente –, resbalaban rebeldes por sus mejillas.

El cielo estaba negro y la noche era más oscura que lo normal, su vida lo era, aunque quizás, era solo él quien percibía aquello.

Los árboles se mecían con suavidad y algunas ramas chocaban contra el marco del gran ventanal, creando un acompasado sonido, uno que parecía burlarse de él, creando imágenes en su memoria que lo atormentaban. Aquel día tenía claro que su hermana estaba molesta por algo. No era solo el hecho de haber pasado la noche fuera, ya que luego de que el cáncer consumiera la vida de su madre, Sophia se había acostumbrado a aquel comportamiento desbandado, atribuyéndolo a la tristeza de perder a alguien tan importante.
Siempre lo justificó ante todos, ella siempre lo amó con su alma.


“Un rítmico y conocido golpeteo, resonó suavemente en su habitación obligándolo a abrir los ojos. Sophia – pensó, esbozando una sonrisa triunfal al tiempo que se giraba sobre la cama y estiraba el brazo para responderle en clave, golpeando la mesita de noche tres veces. Claves estúpidas decía él en aquellos días, las habían inventado cuando niños para comunicarse cada vez que sus padres los mandaban a dormir y hasta ahora las usaban…”


Las mismas claves que utilizó, con desesperación, días después sobre el cajón de roble marrón, dentro del cual descansaba el cuerpo sin vida de su hermana. A su lado un pequeño cajón blanco, mantenía debajo de un frío cristal a Ethan, su sobrino de cuatro años.

Un accidente de transito les había arrancado la vida a ambos, y de paso, la poca alegría que Edward guardaba su corazón.


“Aquella tarde, el cielo se tinto de gris, a juego con los trajes negros de todos los presentes. Un sacerdote oficiaba una misa en la parroquia del cementerio, pronunciando inútilmente mensajes de apoyo a los asistentes, todos dolidos, tristes.


— Resignación —susurró el clérigo a Edward, palmoteando con fuerza su espalda, una vez concluida la misa.

El chico sintió el imperante impulso de darle un puñetazo, pero se limitó esconder una risotada agónica y amarga en un bufido, antes de negar con su cabeza y voltearse a ver a Esme, para pedirle ayuda.

Quería acercarse a los féretros, pero temía que sus piernas no fueran capaces de sostenerlo.
Su tía, quien ocultaba su mirada desolada debajo de sus anteojos oscuros, lo sostuvo enlazando su brazo al de él y con pasos decididos, se acercaron juntos al cajón marrón.

Sophia se veía extraña para él. Demasiado maquillaje, peinado extraño, no era ella. Aún podía divisar el corte en su mentón, nunca cicatrizaría, la herida de su partida en él tampoco.
Contuvo un sollozo y sintió como su pecho se partía por la mitad. Suspiró con fuerza y volvió a observarla.

Al contrario del impacto que le produjo la primera ojeada, está vez pudo verla debajo de todo el maquillaje. Su cabellera cobriza, cayendo en cascada por sus hombros, la medalla de plata con su inicial sobre su pecho y el vestido crema de su graduación.

Sin darse cuenta, su mano libre comenzó a golpear suavemente el costado del ataúd, reproduciendo sus códigos. No lo hacía a propósito, simplemente no podía evitarlo.

— Chofi, ¿por qué? —preguntó en un susurro con cariño, sintiendo como el nudo de su garganta le cortaba la respiración.

Nadie respondió. Nadie se atrevió a responderle. Nadie sabía como hacerlo.

— No es justo – negó sin elevar su voz.

— Lo sé Edward, lo sé —contestó Esme con tristeza

Hacía tres años había estado en la misma situación. Despidiéndose de Elizabeth – su madre. – En ese momento sentía que debía ser el pilar de su disfuncional familia. Sostener a su hermana y hacerle saber que nunca la dejaría, ni a ella ni a Ethan.

Pero ahora no tenía a nadie. Había fracasado rotundamente en su promesa de cuidarla, la había dejado sola…”


La anticuada y arcaica tina de la casa de sus tíos comenzó a llenarse, y Edward se desvistió con parsimonia, desprendiéndose de su ropa como un árbol marchito bota sus hojas.


“Observó de reojo un costado, donde el padre de Ethan lloraba desconsolado.

— Hijo de puta —masculló entre dientes antes de girarse para encararlo.

La mano de Esme, quien seguía sosteniéndolo, le impidió acercarse. Edward observó a su tía con rabia, pero pronto comprendió que no era el momento.

Caminó lleno de inseguridad y desfallecimiento al cajoncito blanco. Bastó solo una mirada para que se alejara y le diera el espacio a quienes de verdad amaban a ese niño.

Sintió como su corazón dejaba de latir en cuanto lo vio. El cabello rubio de su sobrino se veía igual de despeinado que siempre, sus ojos se encontraban cerrados, tal como lo vio la última vez, con la diferencia de que aquella vez seguía con vida.


Parecía un ángel dormido.


Él mismo ángel que insistía en despertarlo cada día dando saltos sobre su cama, o encendiendo la televisora a todo volumen. Por quien se convertía en alienígena y salvaba el mundo con un reloj*2, quien le temía a la oscuridad, pero soñaba con ser pirata…


Su pequeño Ethan… su bebe… su vida.


Tragó hondo y saboreó el amargor de la soledad. No pudo evitar que su llanto, agónico y atormentado, explotara junto con la tormenta en el exterior.


  —¡No! —exclamó lleno de angustia y dolor intentando romper el cristal que le impedía tocarlo—. ¡¡Ethan, no!!
Sintió un vacío absorbente ceñirse sobre su propia vida, mientras sus brazos intentaban sostenerse de algo con todas sus fuerzas para no caer…”
 



El chico observó el agua durante más tiempo del necesario barajando las distintas opciones que esta le brindaba, ¿Ahogarse? ¿Lanzar la radio y electrocutarse? ¿O solo darse un baño?

Optó por la tercera.


Demasiadas perdidas habían ocurrido ya en su familia y él no quería que nadie sufriera lo mismo que él.
Entró a la bañera con cuidado y se sumergió por completo. El agua estaba caliente, tanto, que lo blanquecina de su piel no tardó en enrojecerse en diferentes lugares. Volvió a sumergirse por completo y abrió los ojos para mirar, para desconectarse de las imágenes que su mente insistía en reproducir cada vez que juntaba sus parpados.


Desde abajo notaba lo blanco del techo desvanecerse a medida que el agua se mecía de un lado al otro, sus oídos piteaban con extraños sonidos y pronto fue obligado por la falta de oxigeno a enderezarse para tomar aire. Su cabellos se adhirieron a su frente, y un jadeo involuntario escapó de su boca, debido a haber aguantado tanto tiempo la respiración.


Se quedó ahí, inmóvil, mientras el agua se enfriaba. Miró a la nada durante horas, al vacío infinito, pretendiendo encontrar algún punto interesante en el verdoso alienígeno del baño de su tía. Buscando algo que le ayudase a encontrar las respuestas del porqué tanto dolor en su vida. Algo que le indicara el camino que debía seguir.


Quería escapar de todo. Que el dolor abandonara su piel, su vida. Pero le era imposible. Hiciera lo que hiciera, algo le recordaba lo miserable de su condición.


Tras dar un suspiró derrotado, salió de ahí, enrolló una toalla a su cintura y caminó fuera del baño. Se arrojó cual bulto inerte sobre la desarreglada cama, ignorando por completo a si tía y a Emmet, su mejor amigo. Observó por última vez la fotografía que horas antes intentó dibujar, y suspiró con tristeza. Aquel retrato no era más que un desalmado embaucador. Un recuerdo latente, pero vacío de su propio corazón.


Perdió la noción del tiempo, encerrándose confusamente en un inconciente que no le daba respiro, ni siquiera cuando los abiertos brazos de Morfeo lo recibían para fundir su sueño.


— Edward, estoy aquí. No necesitas hablarme, solo debes saber que siempre estaré para ti —murmuró Esme con tono cariñoso.


Se había acercado preocupada, y se encontraba inclinada a un lado de la cama. Colocó una de sus manos sobre el hombro del abatido muchacho y lo acarició con ternura.


— Eso ya lo he escuchado demasiadas veces como para que tenga algún valor —respondió él antes de dormirse.

*1: harina tostada mezclada con un poco de agua o leche.
*2: alución al dibujo animado Ben 10, en donde el chico usa un reloj para convertirse en distintos alienigenas.

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