viernes, 26 de noviembre de 2010

Cicatrices, Capitulo 2


Palabras al aire


Luego de otra hora formada a base de la suma de segundos, fui por fin escoltado a la salida por mi padre quien me veía preocupado.

—¿Qué pasa ahora? —pregunté al ver como abría la boca y dejaba la palabra escrita en su lengua, una y otra vez.

—¿Crees que a tu madre le moleste mucho tener una nueva hija?

—¿Crees que a tus hijos les moleste mucho tener una nueva hermana? —repetí su pregunta, pero desde mi posición—. Que por cierto, valga la pena recordar y siendo algo no menos importante…esta medio loca.

— ¡Edward! —me riñó tirándome una oreja como lo hacía desde que era niño—. La chica no está loca.

— Claro, es de lo más normal andar cortándose las venas por ahí —solté sin pensar—. A menos que quieras vivir en una casa donde los cubiertos tengan que ser de plástico…no le veo mucho éxito a que viva con nosotros. Imagínalo, tendríamos que cortar la carne con una cuchara.

— No seas idiota Edward por favor.

— Pediste mi opinión —le recordé encogiéndome de hombros.

— No te equivoques —me corrigió abriendo la puerta de salida del hospital—. Mi pregunta fue clara ¿crees que a tu madre le moleste otra hija? En ningún momento te pedí tu opinión.

— Sabes que se cree Blanca nieves, lo único que quiere es tener siete enanos para atender y bueno, con el duendecillo de mi hermana y su novio ya tiene dos, pero como yo soy el príncipe azul, no le sirvo…

—¿Se puede saber de qué diablos estas hablando? —inquirió entrecerrando los ojos y poniendo su mejor cara de acertijo.

— Nada —resoplé— Esa era una manera de decirte que obviamente no le molestaría.

— Creo que el sarcasmo y tu no se están llevando muy bien este último tiempo —negó con su cabeza y palmoteó mi espalda.

— Será por que paso más tiempo en este hospital con pacientes deschavetados que con mis amigos —bufé sacando mi móvil del bolsillo para llamar a Emmet otra vez.

— ¿A quien vas a llamar? —inquirió mirando como se encendía la pantalla de mi móvil que indicaba que tenía treinta y cuatro llamadas perdidas.

— A Emmet —contesté distraído, revisando mi lista de mensajes recibidos.

— Que bien, aprovechas de cancelar y le llevas estas cosas a tu madre —antes de poder hacer nada para escabullirme de mi otra tarea del día, tomó mi mano y puso en ella una nota con la lista de víveres—. Me las pidió a mi, pero quiero quedarme con Bella. No sé, talvez decida decir algo y quiero estar en ese momento.

Enarqué una ceja.

— ¿Con Bella? —remarqué su diminutivo— ¿Desde cuando ese tipo de confianzas con tus pacientes? ¿Acaso la conoces?

— No, pero ya la conoceremos.

— ¿Y qué? ¿Sus padres donde están? No deberías andar pensando en adoptar pacientes así como así ¿Sabes siquiera si tiene parientes?

— ¿En qué mundo vives? —sacudió su cabeza con indulgencia y puso los ojos en blanco.

— En el mismo que tú —repliqué picado.

— ¿Dónde estuviste todo este día? —preguntó mirando al cielo.

— Mira, desearía poder responderte que estuve con una diosa de cabellos rubios, pero para mi mala suerte, he pasado todo el día contigo. ¿Por qué preguntas eso?

— Porque esta es la chica que encontramos por la mañana, ¿recuerdas?

Pestañeé repetidas veces esforzándome por mantener alejada esa imagen de mi mente y no recordarlo, pero ahí venía nuevamente el cuarto ensangrentado a mi cabeza y la chica tirada en el piso con el sweater azul. No se parecía en nada a la que me había mirado sobre la camilla hace un rato, pero bueno, no era que la hubiese visto con mucho detalle por la mañana.

— ¿Y tu quieres llevarte a esa chica a nuestra casa? —enarqué una ceja, mi padre era de lo más extraño.

Se limitó a asentir.

— No logro entender por qué no estudiaste psiquiatría —musité negando con mi cabeza de camino al auto.

— ¡Porque si lo hubiese echo los querría más a ellos que a ustedes! —contestó a mis espaldas.

Me giré para ver como me veía con una sonrisa.

— Bueno, desde ahora tendrás a una hija loca psicópata, acechándote para que la quieras mucho —dije sonriendo con ironía—. Quizás para navidad en lugar de darte una corbata encuentras una hermosa daga en el centro de tu pecho.

— ¡No olvides comprar nada de lo que tu madre anotó en esa lista! —gritó desde la puerta de entrada del hospital, ignorando mi comentario, mientras yo abría la puerta de mi auto.

— ¡Y tu no olvides…! —miré en su dirección y ya no estaba, como se estaba haciendo costumbre en mi vida, solo eran palabras al viento.

Aceleré el auto y encendí la radio a todo volumen para concentrarme en otra cosa y poder quitar de mi cabeza ese par de ojos marrón que me miraban y provocaban un escalofrío de temor en mi espina dorsal. Cogí mi teléfono por enésima vez y volví a marcar a Emmet.

— Lo siento casanovas, pero está vez la presa se la comió el osito —gritó del otro lado.

Lo único que me faltaba para concluir el día, un trabajo de dos semanas regalado al idiota de mi mejor amigo.

...


— ¿Por qué tardaste tanto? — acució mi madre impaciente, desde el pórtico—. Te das cuenta la hora que es y tengo muchas cosas por hacer aún.

— Madre, no pongas a juego mi autocontrol y el amor que siento por ti —bufé sacando las bolsas del auto—. Además —agregué haciendo fuerza y cerrando la puerta trasera con mi codo—, ¿a quien se le ocurre preparar comida a estas horas?

— A la esposa de un doctor —contestó abriéndome el paso para entrar a la casa—. Ya sabes como es tu padre cuando le toca turno de día, llega ladrando de hambre.

— Quizás es la fatiga entonces la que lo incita a hacer idioteces —murmuré dejando las bolsas sobre el mesón de la cocina.

Sentí un golpe de puño sobre mi cabeza.

— No seas irrespetuoso —me retó enarcando una ceja y cruzando sus brazos a la altura de su pecho—. A menos claro, que desees empezar a caminar y te lleves a Emmet montado a tu espalda para todos lados.

— ¿Pero sabes siquiera lo último que se le ocurrió?

— Por supuesto —contestó sonriendo—. Me llamó apenas saliste del hospital y me pidió que prepara algo especial esta noche por que nos daría la noticia oficial.

— Si, que oficialmente se le zafaron los tornillos —repliqué.

No era nada fácil molestar a mi madre, pero yo sacaba lo peor de ella. Estiró su mano derecha y colocó la otra sobre su cintura, ya tenía claro lo que venía ahora.

— Las llaves —exigió marcando el tiempo con su pie.

— Pero mamá… —rezongué colocando mi mejor cara de lastima.

— ¡Dije las llaves!

— Está bien —puse los ojos en blanco y saqué un manojo de llaves que tenía en el bolsillo de mi chaqueta, se las pase, luego le di un beso y salí corriendo de ahí—. ¡Nos vemos luego!

— ¡Edward Cullen las llaves del auto! —gruñó desde la cocina.

Seguí corriendo hasta el estacionamiento y me metí en mi auto. Ella se asomó por la ventana con la cara roja debido a la rabia y el ceño fruncido.

— ¡No especificaste cuales querías! —grité luego de bajar el vidrio para sacar la cabeza y lanzarle un beso.

Aceleré para salir antes de ver como le reventaba la vena de la frente.

Encendí la radio y manejé en dirección a ninguna parte, estaba demasiado picado como para ver a Rosalie con Emmet y muy asustado para volver a casa a ver la furia de mi madre.

Di unas cuantas vueltas antes de detenerme frente a un bar, en donde dejé el auto estacionado y busqué la barra para pedir una cerveza.

El olor a humo y a alcohol se mezclaba con perfumes baratos y trapos sucios con los que limpiaban las mesas, definitivamente no era uno de los lugares que acostumbraba visitar, pero era lo que tenía a mano.

— ¿Tienes fuego? —preguntó una chica que sostenía un cigarrillo en su mano derecha.

Recostó la espalda sobre la barra del bar, sacudiendo su cabellera mojada hacía atrás y enseñándome su escote.

— En mis ojos —contesté tomando un sorbo de mi botella y fijando mi vista al frente, ignorándola.

No era que estuviera mal, al contrario, seguramente había pagado una buena cantidad para tener ese par de preciosidades apuntando alto, pero a mi no me gustaban las chicas regaladas…o no tan regaladas.

— No puedo ni imaginar que debes tener allí abajo, si ya en tus ojos llevas el fuego —se insinuó acercándose mas a mí.

Saqué mi billetera del bolsillo trasero de mi pantalón, cogí el primer billete que encontré en ella y lo dejé sobre el bar, me levanté y me volteé hacía ella.

— Si no puedes ni imaginarlo, mucho menos podrás probarlo —le guiñé un ojo y antes que pudiera responderme algo, me di la vuelta y me perdí entre la gente. Por fin había dejado a alguien con la palabra en la boca.

1 comentario:

  1. genial definitivamente a Edward pareciera que no le toman mucho en cuenta xDU!!! pobre prácticamente se la paso el dia hablando solo y siendo ignorado

    ResponderEliminar