lunes, 22 de noviembre de 2010

Take a Bow, Capitulo I

— ¿Y? ¡¿Qué dice? —gritó una ansiosa Alice desde el otro lado de la puerta.


Inhalé lo más hondo que pude y bajé mi vista hacía el pequeño test de embarazo que sostenía en mi mano derecha. Antes de llegar a verlo volví a subirla al techo en un vano intento por calmar la contracción que se apoderaba del centro de mi estomago. Todo se me revolvía y me faltaba el valor para ver aquella laminilla blanca. Me incorporé de un salto y abrí la puerta para encontrarme con Alice mordiéndose las uñas casi tan nerviosa como yo.


— ¿Y? ¿Voy a ser tía o no? —preguntó elevando ambas cejas, expectante.


— No lo sé —respondí nerviosa encogiéndome de hombros—. Me da miedo ver, hazlo tú —ordené extendiendo mi mano para que ella alcanzará el test.


— Ay Bella, acabas de orinar esa cosa y quieres que la tome, es asqueroso.


— Más asqueroso será si la veo y no te digo nada —amenacé.


— Ridícula, eso no sería asqueroso —me corrigió—, eso sería crueldad —murmuró enarcando una ceja y arrebatando de mis manos el test para echarle ella un vistazo.


— Idiota —bufé justo antes de ver como abría los ojos ante la sorpresa—. ¿Voy a ser madre o no?


— ¿Qué significa que ambas rayitas estén de color rosa? —inquirió entrecerrando los ojos para verme.


Me encogí de hombros y busqué el envase de cartón para leer la respuesta a eso.


— Espero que no signifique que son dos niñas —mascullé entre dientes mientras leía las instrucciones y los resultados. Se me imaginaba una especie de raspe, algo así como Si obtiene una línea, no gana nada, Si obtiene dos, gana un bebe. Sacudí mi cabeza y me ordené mentalmente no seguir pensando idioteces. Alto, si obtiene dos líneas, gana un bebe—. ¡Alice! ¿Cuántas líneas me dijiste que aparecen?


— Dos.


Solté un juramento antes de dejarme caer sobre la cama de mi mejor amiga…esto no me podía estar pasando. Veinte años y un bebe en camino, sin mencionar que el padre era una especie de caldero andante, cuya única preocupación era tener una chica en su cama cada viernes…sábado…domingo…que mierda importaba el día. Edward vivía un mundo perfecto con sus amigos y sus conquistas de medianoche. Solo había querido a Tanya y aún así, la engaño conmigo y con la mitad de la universidad. ¿Qué le esperaba a mi hijo con un padre como él?


Primer capitulo: El reencuentro.


— ¡Me encanta la nieve! —exclamó Lucas dando saltos emocionado en el asiento trasero de mi todoterreno.

— Y yo… la odio… —murmuré entre dientes mientras cambiaba a segunda para disminuir la velocidad a veinticinco kilómetros por hora. A este paso me adelantaban hasta los pingüinos—. Estupido Servicio Nacional de Climatología —seguí murmurando, ignorando por completo el entusiasmo de mi hijo, tenía mis hombros y la espalda completamente tensionados y un pequeño calambre comenzaba a apoderarse de mis brazos—, ¿en donde obtienen sus títulos para pronosticar, llenando cupones?...

— Mami… —canturreó mi pequeño Bunny Money golpeando con sus pies la parte plástica de su sillita de seguridad.

— ¿Qué pasa? —inquirí con mis ojos aún clavados en la carretera, tan solo una vuelta más y ya estaríamos en nuestra casa.

— Te dibujé —anunció orgulloso de si mismo.

Observé su bello reflejo a través del espejo retrovisor y a la señora patata con lazo en la cabeza, esculpida en su cristal.

— ¿Me hiciste solo una ceja o es que no alcanzo a ver bien desde aquí? —indagué frunciendo el ceño.

Lucas se llevó ambas manos a su boca y comenzó a reír bajito y susurró "Beto" entremedio, pequeño bastardo, siempre burlándose de mí. Debía impedirme seguir viendo Plaza Sésamo, eso estaba claro.

Quité mis ojos del espejo y volví a enfocar mi vista en el camino, cuando una figura que contrastaba completamente con el blanco que cubría todo llamó mi atención. Reduje aún más si podía la velocidad, hasta detenerme justo frente al extraño que alzaba los brazos con la esperanza de que alguien pasara por aquel camino. El hombre caminó rápidamente hacía mi vehiculo cubriendo su cara con una bufanda gris oscura y un largo abrigo del mismo color. Golpeó suave pero aún así de manera ansiosa, la ventanilla de mi lado, llevé mí vista al botón para bajarla y al momento que alcé mis ojos me arrepentí de inmediato de haberme detenido.

Mierda…

— ¿Bella? —preguntó luego de reconocerme aquel hombre que hacía que mi estomago se retorciera de los nervios cada vez que sabía de él—. ¿Bella Swan?

¿Qué podía decirle? —No, estas equivocado, esa niña idiota se lanzó de un puente luego que la abandonaras por irte con otra—… más bien con otras —me corregí mentalmente.

Asentí débilmente y me forcé a sonreír, mi boca se encontraba completamente seca por lo que no pude decir palabra y el corazón me latía tan fuerte que me piteaba en los oídos. ¿Podía subir el vidrio y acelerar a unos rapidísimos treinta kilómetros por hora? Luego le diría a Alice: dile a tu hermano que se equivocó, no era yo, tinturarme el cabello rubio y decir que alucinó conmigo…uy si, Edward Cullen alucinando conmigo, eso si que era nuevo.

Me arrepentía completamente de no haberle dado el si a Mike Newton cuando tuve la oportunidad, por lo menos con el podría justificar el maravilloso color esmeralda de los ojos de mi hijo.

— ¡Pero que suerte tengo! —vociferó exhibiendo una sonrisa de alivio y alejándome así de mis ensoñaciones—. Llevo alrededor de una hora esperando que alguien pase por este camino y me saque de aquí, estoy congelándome. No hay línea en los teléfonos, mi auto se paró y ni siquiera tenía buena la calefacción. Te juro, imaginaba que me convertiría en Pie Grande o alguna mierda así antes de que alguien me encontrara y mira tú, las coincidencias de la vida.

Menudas coincidencias las que me tocaban a mí.

— ¿Y que demonios haces por aquí? —pregunté sin ánimos de ser entrometida ni de sonar antipática como lo hice.

— A mi también me da gusto verte luego de estos años —se burló—. Ya te lo dije, me congelo el culo —se apresuró a contestar evadiendo darme cualquier dato concreto, como siempre. Corrió con su típica arrogancia por delante de la camioneta y se subió en el asiento del copiloto frotando sus enrojecidas manos – ¿Me invitas un café? —preguntó sonriendo y elevando sus cejas.

— Creo que no tengo otra opción —bufé por lo bajo y volví a poner en marcha el vehiculo—. Difícilmente veras pasar otro vehiculo por aquí y sin teléfonos no podrás pedir una grúa.

— ¡Mami siento que se me congelan las bubies! —se quejó Lucas por la corriente de frío que se colaba por mi ventana, entre el shock de encontrarme después de estos años con Edward y alinear mi estrategia fallida de escape, había olvidado por completo a mi pequeño acompañante.

Edward abrió sus ojos como platos y se giró bruscamente para contemplar a mi hijo. Sentía como la sangre huía de mi cara, por poco y me mimetizaba con el paisaje nevado.

— ¿Tu hijo? —articuló.

— Si —reconocí lo obvio. Genio—. Y tú acabas de decir culo en frente de él, que buen ejemplo —solté para escabullirme de las preguntas típicas ¿Te has casado? ¿Qué edad tiene?, o peor aún, la pregunta de mis pesadillas diarias… ¿Quién es el padre?

— ¿Culo? —repitió Lucas divertido con aquella palabra, liberé mis ojos de los de Edward y me concentré en mi hijo— ¿Puedo decirlo yo?

— No, no puedes —contesté tajante— ¿Y bubies? Lucas, los hombres no tienen bubies, ¿De donde sacaste eso?

— Tía Rose le dijo al tío Emmet que si seguía tomando tetoides terminaría con las bubies más grandes que las de ella.

Doble mierda, Edward no debía enterarse de que tenía un hijo y mucho menos que sus hermanas eran aún mis mejores amigas, aunque no sé cual sería el orden correcto para esas confesiones y con él al lado mío, mucho menos lo averiguaría.

— Lucas, ¿Qué te he dicho acerca de las conversaciones de tía Rose con tía Emmet?

— ¡Nunca, pero nunca, repitas lo que escuches de la boca sucia de esos dos! —citó mi sermón oficial, imitando fallidamente mi tono de voz.

— Exacto —le guiñé un ojo a través del espejo—. Además —agregué—, no son tetoides, son esteroides

Seguí manejando, hasta llegar a nuestra solitaria y ahora nívea calle. Mi casa era apenas visible debido a la nieve que continuaba cayendo, pero yo ya reconocía todo de memoria.

Me detuve justo enfrente del pórtico, eché el freno de mano y quité el, ahora lujoso, estereo.

— ¡Llegamos! —avisé con una sonrisa, luego de detener por completo mi vehiculo.

— Bajare las cosas —anunció Edward.

Bajó y rodeó al vehiculo para sacar las bolsas que estaban al lado de Lucas y yo me apresuré a hurgar en mi bolso y sacar las llaves antes de abrir la puerta de mi casa y volver corriendo entre la nieve para sacar a mi pequeño envuelto en su manta azul. Sentí una mano mucho más grande que la de mi pequeño hijo, aferrarse con fuerza a mi brazo, alcé automáticamente la cabeza para encontrarme a Edward a mi lado sujetándome fuerte.

— ¿Qué haces? —acucié frunciendo el ceño.

— Tenía miedo que resbalaras en la nieve con el niño en brazos —explicó caminando a mi lado hasta el pórtico de la casa.

Sentí como se me encogía el corazón, cinco años es demasiado tiempo para olvidar, pero no para curar. Edward había sido el hijo de puta más grande en la historia de mi vida, pero aún así lo amaba y justificaba cada una de sus mentiras. Una mujer que ama, no es ciega, es idiota.

— No sé en que estaba cuando se me ocurrió salir a comprar tus tontas bolitas de chocolate —me quejé dejando a Lucas por fin dentro de la casa, sobre el sofá— ¿No podías solo conformarte con unas Hojuelas de maíz azucaradas?

Enarcó una de sus cejas y abrió su boca para decir algo, pero de inmediato volvió a cerrarla. Frunció su ceño y se mordió el labio pensativo.

— Zucaritas Lucas, Zucaritas.

— Serán Frosted Flakes —me corrigió elevando la comisura derecha de sus labios. Pequeño sabelotodo—. Quizás Frosties —agregó llevando sus ojos al techo de manera ausente.

— Si, si, lo que sea —refunfuñé quitándome el abrigo para colgarlo en perchero mientras la nieve derretida comenzaba a caer sobre el piso de madera.

Caminé hacía la cocina, seguida por Edward. Busqué la leche en la bolsa de los víveres y llené el lechero luego de encender el horno microondas para calentarla un poco—. ¿Quieres tus bolitas de chocolate junto a tu leche? —grité hacía la sala.

— No son bolitas de chocolate —respondió asomando su cabeza por la puerta—. Son Choco Krispies.

— Tomaré eso como un no.

—¡Si! —se apresuró a corregirme… otra vez—. Si quiero mami.

Rodé los ojos y busqué a Edward, quien ya se había acomodado sobre una de las antiguas sillas en la cocina.

— ¿Café?

— Preferiría algo un poco más fuerte —insinuó.

— ¿Café con leche?

Rió y guiñó un ojo para aceptar.

Aproveché de preparar ambos cafés mientras Lucas veía la televisión a la espera de su leche.

— Veo que todo sigue igual por aquí —comentó apoyando su cabeza sobre una de sus manos despreocupadamente, apoyando su codo en la mesa—. Lo digo por la casa eso si, ya que tu estas mucho más hermosa que antes.

— Y tu igual de idiota también —dije a la defensiva negando con la cabeza, mientras vertía el agua caliente en las tazas.

Tomé ambas tazas y las dejé en el lugar de cada uno.

Di un pequeño sorbo a mi café con cuidado de no quemarme y la volví a dejar sobre la mesa. Miré a Edward quien ya se había quitado el gorro que impedía ver su aún revoltosa cabellera y sonreí.

— Bueno y… —comenzó a hablar luego de un breve silencio— ¿Cuándo se supone que me dirías que tenía un hijo?

1 comentario:

  1. T.T ya habia hecho un coment pero no se por que no se publico...
    Me encanta el nuevo blog es tan genial *0* ahora molestare por aqui tambien x3...
    Eh vuelto a leerme el primer capi me encanta Lucas
    y solo de imaginarlo aww debe ser tan adorable

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