lunes, 22 de noviembre de 2010

Te amare, Capitulo II



Segundo día de empleo: Amor a primera vista


El trayecto a casa de Isabella fue completamente incomodo, una conversación fluida de parte de Edward y monosílabos muy bien utilizados por parte de ella.

— Allí es —anunció ella cuando divisó entre la neblina su casa. Señaló con su dedo hacía la antigua casa de pintura desgastada y muros tan quebrajados que Edward no pudo evitar imaginarla surcada con un letrero que advirtiera peligro. No era un erudito de la arquitectura, pero bastaba tener un mínimo de sentido común para percatarse de que el lugar estaba a punto de caerse a pedazos.

— ¿Segura? —inquirió ceñudo sin intención de ser grosero— ¿Vives ahí?
- Lamento en lo más profundo de mi alma no ser la dueña de un castillo como usted – replicó con acidez rodando los ojos.

— ¿Usted? —repitió Edward soltando una carcajada— ¿Y desde cuando tanta formalidad? Me gustabas más cuando hacías suposiciones acerca de mi duración en la cama —añadió con tono insolente mientras estacionaba el auto a unos prudentes diez metros de la casa y apagaba el motor—. Solo por precaución —anunció sonriendo y guiñándole un ojo a la castaña al notar en la cara de ella la duda reflejada por la lejanía en que dejaba su lujoso automóvil haciendo mofa de la precaria situación de la casa.


Ella avergonzada se limitó a girar la cara hasta el limite que su cuello le permitió, sintiendo como sus mejillas adquirían a une velocidad instantánea un matiz rojizo.

Bella abrió la puerta estremeciéndose por la fuerza con que el viento helado le golpeaba la cara y levantaba su cabello, el cual seguramente ya había vuelto a enredarse. El frío del exterior era prácticamente insoportable, sobre todo para ella, quien solo vestía la delgada blusa, por lo que cruzó sus brazos a la altura de su pecho para aprisionar el poco calor que mantenía consigo y se giró para agradecer de mala gana a su jefe. Abrió sus ojos de par en par al descubrir que su manda más no se encontraba en su calido lugar de conductor y en cambio se acercaba a ella con rapidez sosteniendo su carísima chaqueta a la altura de sus hombros y la dejaba sobre su espalda.

— No es necesario —dijo ella sintiendo la sensación de calidez abrazándola con fuerza. El aroma masculino del joven se mezclaba con el olor del viento y no pudo evitar inhalar con fuerza antes de quitársela y estirar su brazo con la intención de devolvérsela.

Él negó con la cabeza antes de recibirla y nuevamente dejarla sobre ella.

— No quiero que mi nueva e insolente practicante deba pedir una licencia por pescarse una neumonía por mi falta de valentía —insistió Edward sonriendo al verla sonrojarse. Durante sus veinticinco años de vida no recordaba nunca haber visto a una señorita tan extrañamente hermosa como ella. Desafiante pero tímida —pensó deteniendo su mirada en los labios de la chica que comenzaban a temblar debido al frío. Se imaginó besándolos para darles calor y se detuvo en seco al notar con asombro como por primera vez luego de su ruptura con Ana sentía aquel impulso.

— ¿Falta de valentía? —repitió ella elevando una de sus perfiladas cejas y él agradeció silenciosamente aquella interrupción que acababa de sacarlo de sus pensamientos.

— Me refiero a que imagino que si viniera el lobo y soplara tu casa, no tardaría nada en derrumbarse —se burló encogiéndose de hombros.

— ¿Me estas comparando con los tres cerditos? —inquirió mirando incrédula en dirección a la casa que durante siete años había sido su hogar y sintió como la furia volvía a apoderarse de ella por las burlas constantes.

— Mañana pasaré por ti a las seis y treinta de la tarde —contestó el joven tomándola del brazo y guiándola en dirección a la casa, ignorándola por completo y cambiando de manera radical el tema de conversación dejándola perpleja.

— ¿Qué? —preguntó Bella una vez debajo del pórtico—. Se supone que tengo que estar en las oficinas antes de las…

— Mañana no —la cortó—. Tenemos un lanzamiento importante y quiero que vayas conmigo. Debes usar vestido y tacones.

— Yo no uso vestidos —replicó Isabella frunciendo el ceño y sintiendo un escalofrío recorrer su espalda sin tener muy claro si era debido al frío que sintió al quitarse la chaqueta o al temor de tener que verse obligada a enseñar partes de su cuerpo que mostraban claramente las cicatrices de malos tratos pasados.

— Y yo no propongo. Ordeno —aclaró él quitando con brusquedad la prenda de las pequeñas manos de la chica quien ante el arranque de súbita rudeza, retrocedió instintivamente un paso y levantó las manos a la altura de su rostro para protegerse profiriendo una exclamación poco decorosa—. ¿Qué te pasa? —preguntó viéndola con clara preocupación.

— Nada —exclamó ella sintiendo como su ritmo cardiaco disparado por el sentimiento angustioso de sentirse una persona frágil por fantasmas del pasado, adquiría nuevamente normalidad y relajó su postura—. Creo que el golpe en la cabeza me dejo algo nerviosa —mintió sonriendo nerviosamente.

— Así parece —resopló girando sobre sus talones para volver a su vehiculo—. Ya lo sabes, mañana a las seis treinta —gritó abriendo la puerta—. No soporto los retrasos, así que mas te vale estar lista para cuando llegue.

Sin decir nada más se metió en el auto y arrancó con destino a la empresa. La verdad era que no entendía el porqué acababa de invitarla a aquella cena, pero se dijo a si mismo que era para ayudarla y hacerle las cosas más fáciles. Aunque veía difícil relacionarla con los grandes clientes si aún siquiera conocía al equipo de trabajo, pero insistió escudándose en que era lo mejor.

— ¡Bella querida! ¿Qué te pasó? —interrogó la señora Harrison viendo el parche en la frente de Bella, una vez que ella entró a su habitación con la bandeja de la comida.

— Larga historia y poco tiempo —bufó ella en respuesta depositando la bandeja sobre las piernas de su querida anciana—. Tengo que encontrar un vestido para mañana y no tengo ni dinero ni ganas.

— Busca en el sótano, hay una caja llena de vestidos de cuando yo tenía tu edad. Quizá pueda haber algo que te quede bien.

— ¿En serio?– exclamó Bella dando un salto que pareció dejarle el cerebro en el piso y no tuvo más remedio que dejarse caer a los pies de la cama con un gemido—. Demasiada efusividad —rió afirmando su frente esperando que todo dejara de moverse.

— Ten más cuidado —la reprendió la señora Harrison.

Una vez que todo volvió a tener estabilidad, se irguió y depositó un sonoro beso sobre la frente de su única amiga y luego de exclamar— ¡Buen provecho! —salió disparada escaleras abajo en búsqueda de la caja que contenía los vestidos.

No era que le entusiasmara su compromiso del día siguiente, todo lo contrario. Solo quería poder contar con tiempo suficiente para encontrar la ropa adecuada y en caso de tener que hacerle algún arreglo a esta misma, no estar haciéndolos en el último minuto.

El día siguiente llegó más rápido de lo habitual. Para suerte de la chica, la señora Harrison de joven parecía tener su misma talla de cintura y un gusto exquisito en cuanto a ropa se refería. No le fue difícil encontrar un vestido gris a cuadros negros de lana con mangas largas y que quedaba un poco más arriba de las rodillas, que si bien era muy ceñido, le quedaba bastante bien y con medias oscuras escondía completamente todo lo que ella quería mantener oculto.

Enfundó sus pies en unos hermosos zapatos negros de tacones bajos con pulsera alrededor de sus tobillos y, como ya era su costumbre, ató su cabello en una coleta baja.

— ¡No puedo creer que yo haya podido entrar en ese vestido! —comentó la señora Harrison al verla, aplaudiendo con emoción desmedida.

— No es como que yo lo haga —replicó observando su exageradamente delgado reflejo en el gran espejo. Sintiendo como la respiración se le hacía difícil por lo apretado que le quedaba el vestido en el pecho.

— Yo no me quejaría por tener pechos. Si yo los hubiese tenido como tu…

— No hubiese podido usar este vestido —interrumpió Bella colocándose a reír y caminando por la habitación para mirar la hora en el reloj del velador—. Seis veinticinco, hora de irme —anunció tomando su abrigo que reposaba sobre una silla y aprovechando de coger unas uvas para no morir por inanición, ya que para poder subirse el cierre había decidido saltarse todas las comidas del día.

— Cuídate Bella.

— Como siempre —respondió saliendo de la habitación, antes de poder meterse la fruta a la boca y sintiendo como caía por el pequeño escote del vestido—. Mierda —gimió al escuchar golpes insistentes en la puerta de entrada y ver que le era imposible sacar la fruta de entremedio de sus pechos.

Descendió las escaleras dando largas zancadas y acomodó su vestido a tirones por la parte de las caderas antes de abrir la puerta y encontrarse con el jefe más jodidamente hermoso que podría tener.

Edward estaba de pie bajo el porche sintiendo como sus manos sudaban cual adolescente en su primera cita y no como el profesional que era. Soltó todo el aire que tenía en los pulmones cuando vio que la puerta se abría y se arrepintió de inmediato de hacerlo pues sintió que se quedaba sin aire al contemplar la imagen que se presentaba como un sueño ante sus ojos. Isabella parecía sacada de una película de los años sesenta. Era menuda, pero muy bien formada, no tenía nada que envidiarle a las modelos con las que acostumbraba salir.

Esto no es una cita —se regañaron ambos mentalmente sacudiendo sus cabezas para enfocarse.

— Muy puntual —dijo Bella rompiendo el silencio que los envolvía.

— Te lo dije, siempre llego a la hora Isabella —contestó él haciéndose a un lado mientras ella cerraba la puerta.

Caminaron en silencio hacía el auto que parecía estar incluso más lejos que el día anterior.

— ¿Acaso mediste el perímetro de destrucción en caso de que mi casa caiga que estacionaste tan lejos? —acució Bella enarcando una ceja y subiéndose al vehiculo.

— Si fuera por eso debería haber traído una bicicleta en el portamaletas para llegar a tu casa, porque el auto estaría por lo menos a unos cincuenta metros más allá —contestó soltando una carcajada al tiempo que aceleraba su automóvil.

Cuarenta minutos más tarde, Edward ya había explicado con lujo de detalles la presentación a la que iban. El prestigioso y joven diseñador de modas Alexander Caristeas, acababa de llegar de Grecia y había contratado los servicios de CGD para promocionar un nuevo taller de diseño joven. A él se le conocía como un cabrón mimado según el mismo Edward y la idea era hacer todo para que no hiciera algún tipo de escándalo.

— ¿Y por qué supones que no le gustara la pagina final? —preguntó Bella viendo con insistencia a su jefe quien se encontraba absolutamente concentrado en la carretera.

— Digamos que cambié un poco su visión principal y no creo que le guste mucho —contestó sonriendo maliciosamente.

— ¿Porqué lo hiciste entonces?

— Porque en el diseño aparece nuestro nombre como empresa, no su visión —explicó bajando la velocidad y adentrándose en el estacionamiento del lujoso hotel – Lo que él quería en un principio no era más que un boceto de Power Point relleno con su nombre en muchas partes y fotografías de su vida y su familia – dijo aparcando al lado de una gran camioneta—. Los griegos casi siempre son muy apegados a sus raíces, así como los Italianos. Si quieres una página familiar, créate un Facebook.

Se bajó del auto con velocidad y antes de que Bella alzara la mirada, él ya estaba a su lado sosteniendo su puerta para que descendiera.

— ¿Vamos? —preguntó ofreciendo su brazo para que ella se apoyará en él. Había notado como le costaba enderezarse debido a lo ceñido del vestido y no había sido hasta que puso su mano sobre la espalda de la chica que notó que no era elasticado, por lo tanto debía suponer un desafío mayor para ella ponerse de pie.

Caminaron hasta la recepción del hotel y una vez dentro Bella se sintió maravillada por el exquisito gusto en la decoración. Ramos de esferas violetas adornaban las esquinas, y los centros de mesa eran unas hermosas luces plateadas y tenues con las formas de pequeñas ramas de árboles que le daban un toque chic al salón.

Todo era juvenil y vibrante.

— ¡Edward! —gritó con emoción un chica con mohicano, girando con elegancia mientras se acercaba a ellos.

Vestía un hermoso y provocador vestido azul eléctrico. Tenía un cuello alto y en la espalda una hilera de botones perlas. Tacones exageradamente altos, los cuales de todos modos no alcanzaban para sobrepasar a Bella, por lo tanto ella enseguida descartó que se tratara de alguna modelo. Aunque su belleza era más que suficiente para hacer palidecer a varias.

— Alice —contestó él sonriendo incómodamente. Por lo general su mejor amiga se emocionaba demasiado cuando lo veía con alguna chica, fuera quien fuera. Desde su medico de cabecera hasta la señora que les llevaba el almuerzo a la empresa.

— Que bien acompañado que estas —comentó subiendo ambas cejas con gesto insinuante y pellizcándole el costado.

— Señorita Isabella Swan, le presento a nuestra encargada de producción de eventos, Alice Brandon —dijo con tono solemne.

La pequeña chica rodó los ojos y sacudió su cabeza con displicencia.

— Alice, su mejor amiga —le corrigió extendiendo su mano como saludo.

— Bella, su nueva practicante.

— ¡Oh por dios! —estalló Alice abriendo tanto sus ojos que Bella temió que se le fueran a arrancar de las cuencas— ¡No puedo creerlo! ¡Tienes un Mary Quant! ¿Dónde lo conseguiste? ¿Crees que tengamos la misma talla?

— Alice —farfulló Edward por lo bajo.

— ¿Podrías prestármelo? —siguió ella sin reparar en el tono de advertencia no disimulado del chico.

— Alice…Alice regresa... —repitió él, sin éxito alguno ya que ella seguía dando exclamaciones sin detenerse— ¡Alice! —gruñó al fin exasperado provocando que todas las miradas del salón se posaran sobre él—. Jasper te llama, ve con él.

La pequeña se disculpó encogiendo sus hombros y comenzando a reír. Se despidió de ambos y desanduvo el camino que había recorrido para llegar a ellos.

— ¿Cómo es que una practicante que vive en una casa que se mantiene en pie por obra y gracia de algún dios misericordioso, puede tener un Mary Quant? —inquirió Edward frunciendo el ceño. Se sentía molesto al pensar en que estaba idealizando a la chica por su casa y por el esfuerzo que suponía para él, el tener que llegar desde su casa hasta la empresa.

— ¿Qué es un Mary Quant?

— Eso que llevas puesto —contestó con desdén.

— Esto me lo prestó la dueña de la casa en la que vivo —respondió Bella sintiendo como la vergüenza de su confesión tomaba color en sus mejillas— Y no tengo idea de donde lo sacó.

— Eso lo explica todo.

— ¿Todo? ¿De que todo hablas?

— Del porque puedo ver tus pezones —explicó entre dientes cubriendo su boca con la mano para evitar ser oído por otra persona—. De seguro la dueña no estaba tan bien dotada como tu.

— ¿Pero qué demonios? —estalló ella ruborizándose desde los pies a las puntas de su cabello—. Esto… —balbuceó con dificultad intentando disimuladamente sacar la fruta que se había colado en su escote— es un gajo de uva —anunció una vez lo tuvo en sus manos.

— ¿Solo uno? —insistió Edward mirando con descaro la prominencia de sus senos—. Creo que aún te quedan dos ahí abajo.

— Creo que me falta el aire —susurró dándose la vuelta sintiendo como tras lo encendido de su genio y el poco espacio que dejaba el vestido para respirar el aire se le hacía escaso.

Eso, sumado a las nula ingesta de comida acababan de llevarla derecho al piso, siendo impedido el impacto de su frente contra el cerámico solo por los buenos reflejos de su acompañante.

Edward la tomó rápidamente en brazos y siguió a Alice quien apenas la vio caer salió corriendo en dirección a ellos y buscó la llave de una de las habitaciones que acostumbraban guardar para casos de emergencia, tales como cambios de ropa o gente que se emborrachaba antes de tiempo.

Una vez dentro, Edward dejó a Bella sobre una de las camas y obligó a Alice a salir en busca de un medico mientras él descendía el cierre del vestido para permitirle respirar. Lo hacía él y no ella porque no quería que

Bella se sintiera más avergonzada por tener que usar un vestido que no era de ella. O por lo menos eso se decía así mismo mientras sentía como un vacío extraño removía su estomago al momento de descubrir la espalda de la chica.

Con horror vio las marcas que ella con tanto ahínco había intentado ocultar y no pudo evitar el deseo de abrazarla y protegerla de lo que fuera que hubiese echo eso en la nívea piel de aquella joven.

Acarició su cabello una vez que estuvo completamente recostada sintiéndose culpable de su conducta anterior. Se le hacía imposible saber porque acababa de actuar de esa forma con ella, nunca se había comportado así de insolente con una chica, por lo general las ignoraba a todas pero con ella era distinto.

Esperó sentado en una silla a su lado, sin dejar de jugar con los largos mechones de Bella hasta que esta abrió sus ojos, y se vio a si mismo sonriendo en el reflejo que proyectaban las orbes chocolates de ella. En ese momento supo que el amor a primera viste existía. Acababa de sentirlo.

1 comentario:

  1. realmente Alice casi muere cuando vio el vestido de nuestra querida Bella xDU!!!
    lo que no fue tan lindo es eso de la espalda de ella u.u !!!

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